jueves, 4 de septiembre de 2014

LA CIENCIA HISTÓRICA EN EL SIGLO XX, LAS TENDENCIAS ACTUALES DE IGGERS, GEORG

UNIVERSIDAD AUTONOMA DE CHIRIQUI FACULTAD DE HUMANIDADES MAESTRIA DE HISTORIA METDOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA “RESUMEN: LA CIENCIA HISTÓRICA EN EL SIGLO XX, LAS TENDENCIAS ACTUALES DE IGGERS, GEORG” ELABORADO POR: SINARD RODRÍGUEZ PIMENTEL 4- 713- 1181 FACILITADOR: Dr. FÈLIX CHIRÚ FECHA DE ENTREGA 15 FEBRERO Resumen: La ciencia histórica en el siglo XX. Las tendencias actuales de Iggers, Georg. ¿Qué caracteriza a George G. Iggers como historiador de la ciencia histórica? El profesor Iggers ha estudiado con especial profundidad y dedicación la evolución de la historiografía alemana desde la Ilustración hasta la actualidad, con una perspectiva comparativa, habitual en él que exige un vasto conocimiento .Su obra German Conception of History; publicada originalmente en ingles en 1968, es ya un clásico: ha conocido tres ediciones inglesas, otras tres alemanas y se ha traducido también al húngaro. El Prof. Iggers sobresale en su apertura a la teoría y a la filosofía de la historia junto a su atención a los estímulos conceptuales y metodológicos que la historiografía ha ido recibiendo de las otras ciencias sociales y humanas. Otro rasgo que sobresale en su talento intelectual y humano es su ponderación y su sentido del matiz y del equilibrio al situarse ante los debates y las posturas encontradas; su tendencia definitiva, a superar las antinomias, a veces más aparentes que reales. Por otra parte el hecho de que Iggers tenga un gran dominio de diversas lenguas le ha facilitado el conocimiento directo de las obras históricas más significativas. Además la aportación de Iggers al estudio de la evolución de la historia se ha plasmado en numerosísimos artículos y recensiones en revistas tan prestigiosas como History and Theory y Storia della Storiografia, siendo co-director de esta última. Asimismo ha sido responsable, junto con otros autores, de la edición de importantes obras colectivas. Algunas de ellas son útiles instrumentos de trabajo de amplio alcance, por ejemplo el diccionario internacional de grandes historiadores (en colaboración con Lucian Boria), en dos volúmenes. Otras tienen un cariz más monográfico, como las dedicadas a la Ilustración alemana y la historia, a la contribución de Ranke a la configuración de la historia como disciplina o a la práctica de la historia social en la antigua Alemania oriental. George Iggers es alemán de familia judía, emigrada a Estados Unidos en 1938 para escapar a la persecución nazi, por lo que ha estado comprometido activamente con un humanismo ético y con la causa de la defensa de los derechos humanos tanto en Estados Unidos como en Alemania. En su obra. La ciencia histórica en el siglo XX es un especialista de primera línea, en la cual presenta un gran bagaje científico y una densa trayectoria humana. Otra característica de Iggers es que, en su argumentación incorpora las aportaciones a la teoría de la historia y las obras históricas más significativas de los autores alemanes actuales. Por último, el apretado, extenso y selectivo elenco bibliográfico de la versión original en doce páginas constituye un gran aliciente por sí mismo. Esta obra despliega una actitud receptiva, aunque al mismo tiempo crítica, respecto a las posturas posmodernistas. Primera Parte. La ciencia histórica desde el historicismo clásico hasta la historia como ciencia social analítica. La trasmisión del pasado existió en todas las culturales tanto en la occidental, islámica, Extremo Oriental, la del Asia oriental, pero con el tiempo ha adoptado diversas formas de las cuales se ocupa la historiografía. El origen de la ciencia histórica coincide con el establecimiento de la historia como una asignatura que se enseña y se estudia en las universidades. La ciencia histórica debe verse dentro del marco sociocultural y político en el que se desarrolla. La ciencia nunca puede ser reducida a los resultados del pensamiento o de la investigación sino que es, a la vez un modo de vida y de comportamiento que Pierre Bourdieu ha dado en llamar “habito”. Una historia de la ciencia histórica no puede separase tampoco de las instituciones en las que se desarrolla el trabajo científico. Es en el siglo XIX, en el que la historia se establece como disciplina científica. El origen de la historia como disciplina científica: el historicismo clásico En los albores del siglo XIX se produjo en el mundo occidental una ruptura generalizada con el modo en el que hasta entonces se había venido investigando y enseñando la historia. Hasta entonces habían existido dos formas distintas de historiografía, una de orientación erudita y otra, la literaria. Estas dos formas se iban fusionando a medida que la historia dejaba de ser un género literario para convertirse en una disciplina especializada. El concepto de “historicismo” tiene muchos significados. Se utiliza primero durante el romanticismo como concepto opuesto a “naturalismo” para diferenciar la historia, hecha por los hombres, de la naturaleza que los hombres no hacen. Después de finales del siglo XIX el concepto es empleado con frecuencia y definido de diversas formas por un lado como visión del mundo y, por otro, como método, si bien ambas interpretaciones se hallan inseparablemente ligadas entre sí. Como visión del mundo, “historicismo” es que la realidad sólo puede ser comprendida en su desarrollo histórico por lo que toda ciencia del hombre debe partir de la historia. Leopoldo von Ranke es considerado el prototipo y representante más significativo del historicismo clásico. Para Ranke, la investigación científica se hallaba muy estrechamente vinculada al método crítico. Para él hecho era algo sumamente complicado ya que poseía, como expresión de la vida humana, naturaleza espiritual, por lo que solo podía ser comprendido dentro de un conjunto de significado por lo que la historia no solo se basa en la recopilación de los hechos sino en la comprensión de los mismos. Para Ranke a historia era algo más que la reconstrucción factual del pasado, era un bien cultural en sí mismo. La concepción de ciencia que representaba Ranke y que se iba imponiendo en las universidades alemanas se apoyaba en los valores políticos y culturales de una cultura burguesa. El interés en la educación histórica, incluso antes de 1848, no se hallaba limitado, ni mucho menos a Alemania. La trascendencia de la historia era, muy probamente, incluso mayor que en Alemania. Basta recordar a François Guizot, Jules Michelet, Louis Blanc entre otros. También aquí se fue imponiendo poco a poco una aproximación crítica a las fuentes; sin embargo, en Francia se evitó a conciencia la disociación entre literatura e historiografía científica. En el proceso de formación de la disciplina científica, la universidad alemana servía de modelo y ejemplo para la práctica científica y para la organización de la investigación en muchos países europeos y, en un número creciente, también extra europeos. Lamprecht era, sin lugar a dudas, cualquier cosa menos un revolucionario, pretendía reforzar y modernizar el Imperio como potencia mundial mediante la integración en él de los alineados obreros. Aun así en su “Historia alemana” se podía observar una aproximación materialista, en algún aspecto incluso marxista, que cuestionaba el papel central del estado y, por consiguiente, el orden político y social que reinaba en el Imperio Alemán. Por consiguiente se produjo un ataque masivo de los historiadores establecidos contra Lamprecht. El resultado no solo fue que Lamprecht quedara aislado como historiador, sino también que en la disciplina “historia” los enfoques socio históricos quedaran obstaculizados e impedidos por mucho tiempo, a diferencia de disciplinas históricas vecinas, como la economía nacional o la sociología. Esta subordinación de la historia a la sociología fue aceptada por muy pocos historiadores incluso en Francia, pero la ampliación del objeto de la historia a la sociedad, la economía y la cultura , y el acercamiento de la historia a las ciencias sociales empíricas sí fueron tomados más en serio que en Alemania. De un modo general puede decirse que los trabajos de Schmoller y de la Nueva Escuela Histórica de Economía Nacional se apoyaban en unas premisas teóricas y metódicas que nunca fueron explicitadas por ésta de un modo crítico o sistemático. Weber cuestiono las premisas filosóficas no sólo de las ideas históricas y científicas tradicionales, sino también de las marxianas, pese a lo cual continúa adherido en muchos aspectos a la concepción de una historia universal y de una ciencia objetiva, al menos en lo que respecta al método. Los historiadores ingleses y americanos solían trabajar con un concepto que reflejaba un orden social distinto del de los países europeos continentales. Al igual que en Alemania o en Francia , también en América la discusión metodológica se inició , hacia cambio de siglo, sobre todo en América para modernizar la historiografía, ampliar el objeto de la historiografía, limitada a las personalidades hacia un enfoque amplio que abarcara toda la población. La investigación histórica basada en la estricta cuantificación, que en los años setenta desempeño un papel importante sobre todo en América y en Francia en la que la ciencia histórica, como todas las ciencias, únicamente obtiene su cientificidad por el hecho de que sus afirmaciones pueden adoptar una forma matemática. El libro de Fogel y Stanley Engerman sobre la esclavitud en los estados del sur americanos, utilizaron fuentes cuantificadas, pero fueron sometidos a una crítica devastadora sobre todo por historiadores de economía que eran conscientes de lo difícil y arbitrario que era convertir los testimonios cualitativos en enunciados cuantitativos. Los representantes de los Annales han subrayado que no son una escuela, sino más bien una actitud que invita a buscar nuevos métodos y enfoques de investigación, pero no es ninguna doctrina. Sus fundamentos fueron sentados por Febre y Bloch. Sostenían que la historia debía convertirse en la ciencia guía, y el hombre ocupar una posición central. Para comprender el compromiso político de los fundadores de los Annales, es importante saber que Marc Bloch, que era de origen judío, fue torturado y asesinado por los alemanes como miembro de la resistencia en 1944. Los historiadores de los Annales lograron unir la cientificidad rigurosa con la buena literatura y ganarse la aceptación de un amplio público. La historia ideológica y la intelectual parten del supuesto de que las personas tienen ideas claras y que son capaces de transmitirlas. Los textos son una expresión de las intenciones de sus autores y se deben tomar en serio. El concepto de mentalité designa posturas que son mucho más difusas que las ideas y que, a diferencia de éstas son propiedad de un grupo colectivo, no el resultado del pensamiento de determinados individuos. En los años setenta, la historia de las mentalidades se asocia una historia serial en la que largas secuencias de los datos son procesadas electrónicamente. Los métodos hermenéuticos del historicismo no son suficientes para entender las concepciones religiosas de una época, la lengua contiene algo mucho más concreto, algo mucho más libre de subjetividad, un resto arqueológico que nos permita acceder a una cultura del pasado. En el trabajo de los historiadores de los Annales de los últimos años ochenta se observa un descuido de la historia posterior a 1789; debido al hecho que las concepciones y los métodos se pueden aplicar a las sociedades más estables que aquellas que se haya sujetas a cambios. Segunda Parte 1. El retorno de la narrativa En 1979 apareció en la revista Past and Present, que desde su fundación en los años cincuenta constituye un foro para la discusión sociohistórica en Gran Bretaña, el ensayo de Lawrence Stone, El retorno de la narrativa. Reflexiones acerca de una nueva y vieja historia. En este ya célebre ensayo, Stone constata para los años setenta un cambio fundamental en lo que respecta a la comprensión de la historia. Habla del “fin de la creencia de que sea posible una explicación científica coherente de las transformaciones del pasado”. Esta insistencia en la importancia de las acciones humanas y de la conciencia humana nos retorna hacia una historiografía narrativa que se esfuerza por tener debidamente en cuenta los aspectos subjetivos de la existencia humana. De las corrientes sociocientíficas de la historiografía de los años de posguerra se adoptan importantes temas y aspiraciones. De este modo, la “nueva historia cultural” de la vida cotidiana, rechaza rotundamente el estudio de los procesos anónimos y los métodos cuantitativos de la “nueva historia social” que la precede, no solamente significa una ruptura, sino al mismo tiempo también una continuación de formas anteriores de la historiografía social. Como subraya Stone, la nueva historiografía narrativa se dedica, en contraste con la tradicional, “casi exclusivamente a los itinerarios vitales, los sentimientos y los modos de comportamiento de los pobres e insignificantes (y no de los ricos y poderosos)”. La nueva historiografía significa una ampliación de la racionalidad científica y no una renuncia a ella. El mundo de los hombres es considerado como más complejo de lo que era en la concepción positivista de la ciencia, y por ello precisa también de prácticas científicas que den cuenta de esa complejidad. El profundo cambio estructural que viene sufriendo la sociedad moderna va acompañado de un escepticismo ante la ciencia que se ha acrecentado en los últimos tres decenios y en el que se manifiesta la desazón por la moderna civilización técnicocientífica, desazón que ya se percibía en la crítica cultural de finales del siglo XIX y de principios del XX. Los modelos sociocientíficos habituales y el materialismo histórico parten de concepciones macrohistóricas y macrosociales, para las cuales el estado, el mercado o para el marxismo la clase, constituyen conceptos centrales. La historiografía establecida orientada a las ciencias sociales no tenía ningún interés por los aspectos existenciales de la vida, aquellos que conforman la vida de cada día, con todas sus emociones y temores. Según Foucault, la idea de la función emancipadora de la ciencia vuelve a ser cuestionada. Todo intento de hacer ciencia con pretensiones ideológicas o emancipadoras cae bajo la sospecha de querer manipular la verdad y las personas. Los temas y los métodos de la historiografía social, cambiaron. El foco de atención se desplazó de las estructuras y de los procesos hacia las culturas y los modos de vida, pero sin disolver necesariamente la unión entre los dos polos. Una historiografía que se dedica más decididamente a las experiencias existenciales del hombre medio precisa de métodos alternativos, capaces de aproximarse más a la comprensión de este mundo, sin que por ello, en la práctica, renuncie a la pretensión de cientificidad. Tampoco la “Nueva Historia Cultural”, la cual se muestra reacia al uso de teorías, confía en una “descripción densa” etnológica, sino que combina en gran medida, procedimientos hermenéuticos y analíticos. 2. Teoría crítica e historia social. La ciencia social histórica en la República Federal de Alemania. La historiografía social francesa de los Annales, de la cual partieron impulsos decisivos para la investigación moderna, se ha dedicado sobre todo a la época premoderna, preindustrial, actuando así en consonancia con el malestar que provocaba el mundo vital moderno. La investigación alemana federal se dedicaba, en cambio, a la época industrial. Dos motivos han desempeñado seguramente un papel en ello: la necesidad moral y política de afrontar los crímenes de la época nacionalsocialista, y como resultado de ello, la tarea de investigar las causas de aquella catastrófica evolución. Los historiadores alemanes continuaran interesándose básicamente por el estado y la política. Mientras que en otros países occidentales y también en Rusia y en Polonia, una vez finalizada la discusión internacional sobre el método iniciada hacia el final del siglo pasado, una historiografía social interdisciplinar y analítica le disputaba la primacía a la historia política narrativa, la cual se centraba en los acontecimientos y en las personas, ésta continuaba manteniendo en Alemania y, después de 1945, en la República Federal, su papel preeminente en la ciencia histórica todavía durante mucho tiempo. Por eso, la política alemana que condujo a la Primera Guerra Mundial era para Kehr, Fischer y Wehler un resultado de las tensiones que había generado la contradicción entre la modernización económica y social por un lado y el atraso político por otro. Sin embargo, Wehler, Kehr y Marx concibieron el poder, la economía y la cultura como tres dimensiones que se compenetran y se condicionan unas a otras. Según Wehler, el proceso de modernización significa económicamente “el triunfo del capitalismo que culmina en un capitalismo industrial extremadamente desarrollado”, esta modernización significa la “expansión del pensamiento medio-fin de una razón instrumental” que encarna el espíritu del capitalismo; políticamente, la modernización significa el “triunfo del estado – institución burocrático”. Wehler, Kocka y los historiadores sociales críticos, parten de dos “intereses guiadores del conocimiento”. En donde la ciencia histórica es una ciencia social histórica a la que le interesa “un análisis, orientado por problemas, de procesos y estructuras importantes”, y el de que existe una estrecha relación entre la investigación científica y la práctica social. En un sentido amplio, la “historia de la sociedad” es entendida como la historia de fenómenos sociales, políticos, económicos, socioculturales e intelectuales. El tema central es la investigación y exposición de los procesos y de las estructuras del cambio social. En los años setenta la nueva tendencia de la historia de la sociedad recibió una sólida base institucional. El monopolio que el historicismo clásico mantenía en las Universidades fue quebrantado. Con la fundación de la serie de monografías y la revista “Historia y Sociedad”, se creó una vasta red de posibilidades de publicación. Los historiadores de este círculo se han dedicado sobre todo a investigar con métodos empíricos la historia de los obreros y empleados alemanes y, posteriormente, de forma creciente la de la burguesía alemana. Los temas de la investigación y las cuestiones que se planteaban eran distintas de las de la Social Science History americana o de las de los Annales, la atención no se centra ya en el mundo preindustrial y en las estructuras que permanecen estables a lo largo de prolongados períodos, sino en los rápidos procesos del cambio en las sociedades industriales. Los verdaderos antepasados de la ciencia social histórica son alemanes: Marx, Weber y sus transmisores en la República de Weimar y en la emigración; historiadores como Eckart Kehr y Hans Rosenberg, quienes se dedicaban al problema de la democratización frustrada o retrasada de Alemania. La concepción de ciencia de la ciencia social histórica debe unir métodos hermenéuticos con métodos analíticos. La historia de la sociedad trabaja con macroconjuntos en los que apena hay cabida para experiencias vitales existenciales. La concepción de Wehler de una historia social crítica dio impulso a una gran cantidad de investigaciones y discusiones sociohistóricas empíricas. La historia social crítica introdujo un nuevo matiz en la investigación. Jürgen Kocka lo expresó así: “De un modo general, es indudable que la historia pasada sólo habrá sido comprendida del todo cuando se puedan entender y explicar las conexiones que existen entre estructuras y procesos por un lado y experiencias y acciones por otro. A finales de los años sesenta, Jürgen Kocka ya emprendió el primer gran intento de emplear modelos teóricos en el análisis de desarrollos sociohistóricos. Mediante el ejemplo de la gran empresa Siemens entre 1847 y 1914 no sólo se analiza el problema general que supone la formación de un colectivo de empleados, sino que también se verifica el tipo ideal weberiano de la burocracia en la economía privada. Las investigaciones sociohistóricas llevadas a cabo en la República Federal de Alemania en los años ochenta, de ninguna manera se niegan a las estructuras y los procesos que son accesibles a los métodos cuantitativos y a la estricta conceptualización, pero sí se humanizan y se llenan de un contenido que coloca los modos de vida en el centro de la investigación. Un ejemplo de la estrecha unión entre la historia de las estructuras y la de las experiencias, entre métodos cuantitativos y hermenéuticos, puede servir el libro de Dorothee, “chicas para todo”. La variante austríaca de una “ciencia social histórica” crítica, como la representada por Michael Mitterauer y sus colaboradores tras ser llamado a Viena en 1971, enlaza los puntos de vista socioestructurales con la consideración de las experiencias vitales. 3. La ciencia histórica marxista desde el materialismo histórico hasta la antropología crítica. Con el derrumbamiento de los regímenes del socialismo real, los cuales se consideraban a sí mismos como encarnaciones de ideas marxistas o marxistas – leninistas, se plantea, por supuesto, la cuestión de si el marxismo ha perdido su relevancia no sólo como sistema social, sino también como método científico. Sin Marx no son concebibles ni la ciencia social histórica ni Weber, ni tampoco las formas principales de la historia cultural moderna. El punto de vista del positivismo lógico, del cual, sin embargo, la ciencia social histórica y el marxismo se diferencian en que, para ellos, el mundo social sólo puede ser comprendido como historia. El marxismo y la ciencia social histórica se hallan unidos por la idea de que la sociedad y la historia poseen una coherencia interna. Para ambos, esta coherencia consiste en el concepto de una formación social y de un desarrollo hacia adelante, tal como se formulan en la doctrina marxista de los estadios, en la concepción weberiana de la racionalización o en la wehleriana de la modernización. El primer capítulo de El capital de Marx, que termina con el apartado sobre el fetichismo de la mercancía, verá claramente que con ello se pretenden desenmascarar las contradicciones económicas y a la vez las contradicciones humanas del capitalismo con el subtítulo “Crítica de la economía política”. El marxismo se vio obligado cada vez más, en los años setenta y ochenta, a revisar sus premisas macrosociales y macrohistóricas. Ha sido una debilidad del marxismo el que se haya orientado durante demasiado tiempo hacia un concepto de ciencia positivista. El marxismo – leninismo se diferenciaba del marxismo marxiano por la base institucional que recibía en un régimen dictatorial. Un gran defecto de la propia historiografía de Marx, que pesaba también sobre la historiografía en los países del socialismo real, reside en la circunstancia de que aquel no fue capaz de ir más allá de la unión esquemática entre teoría y exposición. Lo que hacía interesante el marxismo en Occidente era su postura crítica ante las relaciones que imperan en una moderna sociedad industrial capitalista, y su compromiso político con los socialmente perjudicados. En la historiografía marxista de los países occidentales se formaron, después de la II Guerra Mundial, dos corrientes principales, una estructuralista y la otra, culturalista. La corriente estructuralista está todavía estrechamente ligada a la doctrina marxiana de la infraestructura, la superestructura y a la de los estadios. Thompson distingue nítidamente “entre el marxismo como sistema cerrado y una tradición, procedente de Marx, de investigación y crítica abiertas. La primera se sitúa en la tradición de la teología. La segunda es una tradición de la razón activa, la cual se libera de la idea verdaderamente escolástica de que los problemas de nuestro tiempo (y las experiencias de nuestro siglo) pudieran comprenderse mediante el análisis riguroso de un texto publicado hace ciento veinte años. A pesar de la insistencia de Thompson en los elementos culturales, se mantienen dos componentes decisivos de la tradición científica del marxismo: el presupuesto de que las relaciones de producción y posesión son los puntos de partida del análisis social y, relacionado con ello, la convicción de que estas relaciones determinan la desigualdad social y el conflicto. La mejora cuantitativa de las condiciones de vida, que la Revolución Industrial trajo consigo en algunos campos, no compensó las grandes pérdidas en calidad de vida, consecuencia de la modernización. Friedrich Engels en su obra La situación de la clase obrera en Manchester proporcionó ya en 1844 un ejemplo de resistencia no sólo como oposición política directa, sino de resistencia contra las fuerzas dominantes y contra la cultura dominante en las más diversas formas y en todos los ámbitos de la vida. 4. Historia de la vida cotidiana, microhistoria y antropología histórica. La puesta en tela de juicio de la ciencia social histórica. Los modelos sociocientíficos de la historiografía y también los del socialismo real, que eran cada vez más acentuadas, reflejan la estrecha relación que existía entre el pensamiento histórico, la historiografía, y las concepciones políticas y sociales de los historiadores e historiadoras en cuestión. La nueva historia de la vida cotidiana, o microhistoria, no se puede separar de las valoraciones políticas y filosófico – históricas, a las cuales se halla estrechamente vinculada. Lo que le importa es la gente corriente. Una historia de la vida cotidiana y una historia cultural de las élites habían existido desde hacia tiempo. Con la crítica a la concepción de la historia como la de un proceso unitario que parte de un centro social y político, se cuestionó el concepto de ciencia en el que se basaban la investigación histórica y la historiografía. Se pretendía que la ciencia que trabajaba con teorías abstractas y que trataba la materia de su investigación como un objeto, fuese reemplazada por una ciencia alternativa, capaz de reconstruir los aspectos cualitativos de las experiencias. Con la enorme ampliación del campo de trabajo por la nueva historia social y cultural, esta premisa de una tradición cultural común que hace posible la comprensión histórica, ha dejado de ser algo obvio. Para la nueva historia de la vida cotidiana, la antropología cultural, tal como era representada en los años setenta y ochenta por Clifford Geertz. Pese a su crítica masiva a la historia social tradicional, casi todos los representantes de la historia de la vida cotidiana y de la microhistoria adoptan concepciones filosófico – históricas, científicas y políticas fundamentales de la tradición sociocientífica. En casi todos los trabajos históricos de orientación antropológica que se ocupan de las épocas posteriores a la Edad Media, o también de las culturas extraeuropeas, como por ejemplo “Pueblos sin historia”. Existe un segundo aspecto en el que la historia de la vida cotidiana y la microhistoria enlazan directamente con ideas del marxismo y de la ciencia social histórica: el de que las sociedades se hallan caracterizadas por los conflictos. El marxismo y también la ciencia social histórica consideran estos conflictos como una disputa entre clases que se han formado en relación con el desarrollo de las fuerzas productivas. La historia de la vida cotidiana y la microhistoria se han distanciado de las categorías macrohistóricas “mercado” y “estado”, las cuales eran de importancia decisiva para el marxismo y para las diversas formas de la ciencia social histórica, pero han adoptado la idea de que el poder y la desigualdad social constituyen factores básicos de la historia. La historia de la vida cotidiana y la antropología histórica quieren restringir expresamente la influencia de las teorías, a fin de no violentar el objeto de la investigación. ¿Pero se puede pasar sin teorías explicitas? Es interesante observar cómo aquí el enfoque macrohistórico condujo a la microhistoria. Por un lado, la dedicación a una localidad y a una región respondía a un interés por la historia de la “gente corriente”, se le quería dar a la historia un “semblante humano”. 5. El “giro lingüístico”. ¿El fin de la historia como ciencia? Hay teorías acerca de una historiografía posmoderna. La cuestión es si también hay formas posmodernas de la historiografía. El punto de partida de estas teorías es “el fin de la creencia de que sea posible la explicación científica coherente de las transformaciones del pasado”, tal como lo formuló Lawrence Stone. Pero las teorías posmodernas van más allá de la formulación de Stone, defendiendo la opinión de que toda coherencia es sospechosa. El positivismo lógico, que surgió en los años 1930 del Círculo de Viena y que fue asimilado en el pensamiento del análisis lingüístico de los filósofos y pensadores angloamericanos, se esfuerza por conseguir una lengua de la que hayan sido eliminadas todas las antinomias y todas las ambigüedades que tienen su origen en la cultura, de modo que pueda transmitir conceptos no sólo claros y lógicos sino también referidos a lo real. Con la insistencia en el lenguaje, en la actual discusión teórica se habla cada vez con mayor frecuencia del discurso como forma en la que tiene lugar la comunicación entre los hombres. A otros historiadores e historiadoras, que se sienten más unidos a la moderna antropología cultural, la interpretación del lenguaje se les aparece como mucho más compleja. En resumen: sin duda alguna, la discusión teórica de los últimos decenios han influido profundamente en la práctica historiográfica. Se han puesto en tela de juicio los presupuestos en los que se basaba la ciencia histórica desde su fundación como disciplina científica en el siglo XIX. Consideraciones finales 1. ¿El “fin” de la historia? Se ha puesto de moda hablar de una posthistoria, de una época posthistórica. ¿Qué hay detrás de eso? El pensamiento judeo – cristiano de Occidente se caracteriza por la idea de que la historia tiene una meta o, por lo menos, un rumbo. En las culturas no occidentales y también en el ideario presocrático, en cambio, la visión de la historia ha estado determinada por la idea cíclica de un “eterno retorno”. Luego, la ilustración ha hecho llegar al mundo la idea de que el tiempo se cumple. Ha llegado a su fin el consenso de que existe una historia y que ésta desemboca en el moderno mundo occidental, el consenso, por tanto, que, muy contadas excepciones aparte, ha dominado el pensamiento del siglo XIX. Pero esto no significa, de ninguna manera, que la historia haya terminado. 2. ¿El fin de la historia como ciencia? Esta panorámica de la historiografía del siglo XX ha intentado mostrar que la creciente incertidumbre sobre la posibilidad de una historia “objetiva” no ha conducido al fin de una investigación histórica y de una historiografía científica, antes bien a una mayor matización. En las discusiones de los últimos decenios han sido puestas crecientemente en tela de juicio las concepciones científicas hermenéuticas y analíticas de la historia. Éstas partían originariamente, en Ranke al igual que en Buckle, de la hipótesis de que había un objeto de la historia, el cual podía ser aprehendido científicamente, esto es, objetivamente. La relación del historiador con el objeto de su investigación se ha vuelto mucho más complicada de lo que era en la ciencia histórica sociocientífica o historicista tradicional. Ello ha contribuido a que se haya puesto radicalmente en duda incluso la posibilidad de una aproximación científica a la historia. La vieja confrontación entre el procedimiento hermenéutico, “de comprensión”, y el analítico, “de explicación”, tan destacada en la discusión de métodos a finales del siglo pasado y retomada por algunos grupos de la New Cultural History, es falsa en muchos aspectos. 3. ¿El fin de la ilustración? La duda radical de la posibilidad de una historia científica está estrechamente ligada, en nuestro siglo, al creciente malestar provocado por la sociedad y la cultura moderna. Esta sociedad ha sido considerada como el legado de la Ilustración. La Ilustración fue entendida originariamente como emancipación, como una liberación que debía llevarse a cabo en el enfrentamiento, guiado por la razón, con las autoridades espirituales y sociopolíticas existentes. Epílogo a la segunda edición alemana (1995) Hace ahora tres años que terminé este volumen. En él se bosquejaba una evolución, iniciada en los años setenta, que se alejaba de una “historia social de la cultura para aproximarse a una historia cultural de lo social, y que estaba unida a determinadas ideas acerca del carácter de la historia y de la ciencia histórica. Ninguna de las tres grandes corrientes de investigación que hemos tratado en este libro, a saber, la historia política, narrativa, que se orienta hacia personas y acontecimientos; la historia social, orientada hacia las estructuras y los procesos; y la antropología histórica, orientada hacia las experiencias vitales, se halla en condiciones de dar una explicación satisfactoria. Es difícil darse cuenta de cómo los debates de los últimos años y las consecuencias de las revoluciones políticas han repercutido en la historiografía. Un vistazo al programa del congreso de la American Historical Association de enero de 1995 muestra que en la temática de los últimos diez años, centrada sobre todo en aspectos de etnicidad y género sexual, pocas han cambiado.

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